Había una vez un joven príncipe en edad casadera, que decidió iniciar un
viaje para encontrar una princesa con la que casarse y dar herederos a su
reino. Así fue como se embarcó en un largo periplo, que le llevó a recorrer
todo el mundo conocido, en busca de esa princesa verdadera con la que contraer
matrimonio. En tan extenso territorio, muchas fueron las candidatas que
encontró en su camino, pero ninguna tenía lo que el príncipe estaba buscando.Una
oscura noche, en la que el cielo parecía estar a punto de derrumbarse y
la lluvia golpeaba incesantemente los muros del palacio, alguien llamaba a la
puerta de forma desesperada en busca de refugio.Cuando los sirvientes abrieron
la puerta, descubrieron que se trataba de una empapada y sucia mujer, que
afirmaba ser una auténtica princesa, a pesar del lamentable aspecto que
presentaba.Para comprobar si era cierto lo que decía, la reina se dispuso a
realizar una pequeña prueba, que consistía en meter un insignificante guisante,
sin que su huésped lo supiera, entre capas y capas de colchones y
edredones.Cuando llegó el nuevo día y todos se habían levantado, la reina se
interesó por cómo había pasado la noche su invitada.
-He pasado una noche terrible señora. No sé qué tendría esa cama, pero
era algo de tal dureza, que me ha dejado el cuerpo en un estado tan maltrecho,
como si hubiese dormido encima de unas piedras.
Al escuchar sus palabras, se dieron cuenta de que
sus palabras eran ciertas y que esa delicadeza, tan solo la poseen las
princesas de verdad.
Y así fue como el príncipe encontró a la mujer para
casarse y como un pequeño guisante, termino mostrándose junto a las más altas
joyas de la corona.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario